mercredi 27 octobre 2010

RULFO Y LOS CUSTODIOS



RULFO ESCRITOR, RULFO FOTOGRAFO

En la entrega anterior, vimos cómo empecé a trabajar con los custodios del Tutelar para Menores de Guanajuato, México. Ahora, seguimos con su exploración de uno de los autores más importantes de nuestro país:

Trabajar con la obra literaria y fotográfica de Juan Rulfo fue una delicia.  Y creo que para los grupos de custodios que alcanzaron a hacerlo conmigo fue igualmente gratificante.  No hace falta que haga aquí el análisis o la apología de la obra de este genial creador.  Sólo quiero señalar que la esencia mexicana de Rulfo es algo a la vez sofisticado y simple, y que trabajar esa obra con este público fue doblemente enriquecedor porque si bien en el universo rulfiano todos los mexicanos nos reconocemos, vengamos del campo o de las ciudades, también es cierto que el nivel de sofisticación de esta prosa (Pedro Páramo es prácticamente un largo poema épico) no impide que esta gran literatura nos resulte de alguna manera familiar.  Pude trabajarlo con tres grupos de 10 personas,  uno de cada comandante.  Lo hicimos de maneras diferentes, a saber:
Con el grupo del Comandante P.,  leí en voz alta las primeras páginas de “Pedro Páramo”.  primer nos pusimos de acuerdo durante la semana para llevar nescafé y galletas.  Ricardo fue por agua caliente en una gran jarra y así pudimos escuchar la lectura tomando café, lo cual fue riquísimo en sábado y a las 9 de la mañana… Después de la lectura, la discusión no se hizo esperar.  Juan dijo de Pedro  Páramo: “¡Así era mi abuelito!” Prácticamente todos reconocían a personas conocidas o de su familia en esa atmósfera y con esa manera de ser y de actuar.   Fue curioso cómo fueron los hombres del grupo que señalaron el terrible machismo del personaje central, su gran egoísmo, su falta total de respeto y de amor a los demás… Marcial habló de la película, la vio cuando era chico y lo impresionaron ese pueblo y sus fantasmas.  Todos pudieron situar los textos en la época post-revolucionaria o cristera.  Al final de esa primer Sesión Rulfo, hubo pedidos muy precisos:  que llevara la peli de Pedro Páramo y que llevara el disco donde Rulfo narra él mismo algunos de sus textos.     
En la segunda sesión, propuse la lectura de “Díles que no me maten”.  En los dos últimos grupos les pregunté si querían que yo leyera el cuento en voz alta o si querían leerlo ellos.  En ambos quisieron leer ellos.  Y no es que leyeran super bien;  había quienes leían francamente mal,  pero no se daban por vencidos.  Así pues, en la sesión del grupo de D., leyeron el cuento, una página cada participante.  Curiosamente, esta vez no fue lo más interesante porque había algunos como Israel que casi se dormían u otros que no ponían mucha atención.  Lo interesante fueron las fotos.  ¡Y fotos de Rulfo hay muchas y muy hermosas!  Trabajando en parejas, cada participante tenía una fotocopia de una foto;  debía describírsela a su compañero(a) sin mostrársela.  La condición era no añadir comentarios personales, interpretaciones, nada subjetivo.  Tenía que ser la descripción al desnudo.  Cuando terminaban, podían mostrar sus respectivas imágenes: ¿la imagen era como te la describió tu compañero? ¿qué faltó? ¿qué sobró? ¿En qué fue diferente lo que imaginaste a partir de su descripción de la foto real? ¿cuál es la diferencia entre describir e interpretar?
Como se ve, no era un desafío fácil.  Y consiguieron cosas por demás sorprendentes.  Curiosamente, algunos de ellos iban dibujando lo que el compañero iba describiendo. Transcribo aquí algunas de los trabajos (aunque las preguntas fueron respondidas verbalmente):
Israel y Maricela:
Foto 1.- “Un portal con arcos (pilares).  La casa es de piedra de cantera, viga de madera, tejado.  Una niña pasando el pasillo del portal;  piso rústico de ladrillo y ese portal está sobre la calle de tierra.  La niña viste muy sencilla, humilde;  reflejan soledad las calles y parece un pueblo fantasma.  Se ve que en ese tiempo había mucha pobreza…”
Foto 2.- “Es un cuarto, refleja soledad, tristeza, algo aislado de los años 50, paredes ásperas, persona agotada, atrapada en un dolor, una puerta sombreada por los rayos del sol.  La puerta muy ancha y amplia, (la foto) tomada de adentro hacia afuera;  hay un carro de madera…”
 (en ambas, les hice ver que había una parte importante de interpretación en sus “descripciones”)
Me gustó en particular la del comandante Daniel, por su precisión:
“Es el interior de una casa con una mujer sentada en la puerta, recargada en el marco de la puerta;  únicamente se ve parte de la espalda, ya que la mujer se ve de bastante edad.  Según la sombra de la puerta al interior indica que son entre las 11 (de la mañana) y la 1 de la tarde. Por lo que se ve en el interior es un cuarto poco habitado y muy antiguo ya que se ve una fracción de viga de madera.  En el piso se ve una camionetita de juguete, una escoba y un pedazo de madera recargado en la pared.  Se nota que la pared está pintada de dos colores, color bajo como de un metro y el restro de arriba aproximadamente de 2 mts es de otro color.  En el exterior se dibuja una calle y únicamente se ven paredes de otras casas.”  (recordemos que las fotos son en blanco y negro)...
Rulfo da para mucho porque es un creador completo.  Sus imágenes tienen correspondencias importantes con su obra literaria y creo que para estas personas del Tutelar fue una oportunidad de conocer y también de reconocerse.
(La próxima entrega con los custodios:  Sor Juana, el amor y Gabriel Zaid)

PARA LEER LIBROS DE ARTE CON LOS JÓVENES



Esta es la primera parte del capítulo consagrado a los libros de arte, de mi libro Memorias del Medium, sobre el Centro de Detención para Adolescentes, que aparecerá en breve...
¿Porqué leer libros de arte?
¿Por qué la belleza debe ser elitista?  Mi experiencia como coordinadora de animación en la biblioteca de una escuela de artes plásticas  me hizo reflexionar sobre la manera de percibir el arte a través de los libros y los múltiples mitos y prejuicios que se tienen sobre ambos (los libros y el arte) en un país como el nuestro.
En aquella biblioteca, muchos volúmenes databan de los años treinta y cincuenta del siglo veinte: libros maltratados,  reproducciones en sepia,  información obsoleta.  ¿Qué visión del arte, qué percepción de su existencia y de su historia podían ofrecer?  Para jóvenes que nunca vieron los originales de los cuadros allí reproducidos, ese primer contacto era desalentador y hasta injusto.  ¿No existen ahora libros de arte, bien editados, accesibles en cuanto a precio y a distribución, encuadernados decentemente para durar un tiempo razonable?  
Para la dirección de esa escuela, guardar viejos libros llenos de hongos era conservar un patrimonio.  Era esencial que los libros bonitos (y los había) no salieran nunca de la biblioteca y esencial que los maestros tuvieran el control de la información  y de las imágenes proporcionadas a los alumnos.
Ese episodio de mi vida me convenció de que el arte no es sólo para unos cuantos elegidos sino para todos, y que los bellos libros no tienen porqué atesorarse con avaricia en los anaqueles sino circular y ser vistos, ser leídos, aún a riesgo de ser degradados o perdidos... c’est la vie!
Ya que muchos de esos estudiantes de artes plásticas no verían los originales de inmediato, lo mejor era según yo, brindarles reproducciones fieles, información, y comentarios veraces, libros resistentes y bellos.  Por desgracia no fui escuchada y terminé dejando mi trabajo, ante el boicot masivo del cuerpo docente…  
Durante mi vida en Francia (la friolera de quince años) pude ver “en vivo” mucha pintura, muchos museos. También fui asidua de varias bibliotecas.  En París podía encontrar libros de arte accesibles en las bibliotecas, claro, pero también en librerías de ofertas, en las de ocasión, en las de lujo, en las de saldos.  Hay de todo, a todos los precios.  Compré muchos libros que por desgracia no pude traer conmigo cuando regresé a México.  Pero aprendí que a pesar de que en nuestro país este material no es fácilmente accesible, siempre es posible adquirirlo:  en los últimos años ha habido un auge en su edición y distribución.  Para trabajar con los jóvenes detenidos, tenía que conseguir este tipo de acervo.  Escribí pues a varios editores.   
Mandé una carta  Benedikt Taschen, creador de la casa editora  que lleva su nombre pues sabía que a pesar de ser una empresa alemana, editaban libros en muchos idiomas, entre ellos español. Respondió positiva y generosamente, haciendo varios envíos a mi Sala de lectura y al Tutelar. Recuerdo particularmente mi viaje a León (a 50 km de donde vivo) en mi viejo Volkswagen.  Las cajas recién llegadas contenían la colección de básicos de arte (85 libros) y otras obras igualmente apasionantes como: “Diseño gráfico de hoy”, “Dibujo animado actual” y “1000 sitios WEB”,  y “Manga” (que tuvo una trayectoria accidentada como veremos después). Fue un momento de profunda emoción el abrir esas cajas y descubrir tales maravillas;  fue también un momento privilegiado, como muchos ha habido en este trabajo, el de llevar estos libros y hacer la primera sesión con ese material.  Un lujo.
¿Cómo debe ser un buen libro de arte?  
No quiero adoctrinar a mis lectores sobre lo que “debería” ser un buen libro de arte;  esto es algo subjetivo, finalmente; cada quien tiene su concepción de la belleza.  Pero sí puedo dar pistas para detectar y sobre todo aprovechar un buen libro de arte que nos sirva para trabajar en la iniciación de lectores, en este caso concreto de jóvenes. Contrariamente a otros libros, tiene que ser necesariamente bello.  Y por bello entiendo que haya armonía entre sus diferentes componentes, materiales y de contenido.  No en vano que en Francia se les llama Les beaux livres (Los bellos libros).  Porque parte de lo que llamo aquí belleza es la legibilidad de textos e imágenes, la claridad en la maqueta, la generosidad en el número de reproducciones, la veracidad de su información  y…un precio accesible.  Es decir, tiene que ser bueno, bonito y barato.  ¿por qué no?

Reproducción

Antiguamente, la reproducción de obras de arte se hacía por medio de grabados.  El grabador tenía que ser un excelente copista y dominar la técnica.  Así se podían difundir en forma de libros o en la prensa. La gente podía así tener una idea de cómo eran los cuadros o esculturas famosos, sin necesidad de viajar muy lejos y de visitar los museos donde éstos se encontraban.
Con la invención de la fotografía, las obras pudieron ser más fielmente reproducidas. En los años 20 y 30 del siglo XX, se reproducían en sepia y posteriormente en color pero las impresiones eran tan delicadas que había que proteger cada una de las páginas con papel cebolla.  Por lo general, no todo el libro venía en color, sólo un cuadernillo central donde se mostraban las obras más importantes.  Con la imprenta moderna, el perfeccionamiento de la fotografía y las técnicas digitales, el libro de arte es mucho más fácil de producir y también de distribuir, facilitando también su adquisición.   
No olvidaré nunca la reacción de un profesor de la desafortunada escuela de artes plásticas de la que hablé antes,  cuando en una junta dije que necesitábamos buenos libros de arte: “¿Para qué?  ¡Si una buena obra de arte se puede apreciar igual en sepia que en color!”, exclamó el buen señor.   No comparto su opinión: para jóvenes de un país joven como el nuestro, en el cual los viajes son difíciles si no inaccesibles y donde la información no siempre circula de la mejor manera, creo que sí es importante contar con material de calidad para tener una idea lo más fiel posible del aspecto de una obra, se trate de pintura, escultura, objeto, instalación...
Maqueta, diagramación, tipografía
Antiguamente la museografía concebía al arte como una acumulación: las obras se exponían unas sobre otras, en el caso de las pinturas, y unas muy cerca a las otras, en el caso de la escultura;  había una estrecha relación entre ellas y los palacios, iglesias o museos donde se exhibían.
Esto cambió con el tiempo, al grado que hoy en día para contemplar una obra de arte en un museo, lo mejor es no tener “visiones parásitas”: otros cuadros demasiado cerca, un marco demasiado aparatoso, mobiliario estorboso… o demasiados visitantes.  
De igual manera, la maqueta de un libro de arte ha de ser sobria…o no será. Descarto los libros que tienen una maqueta caótica donde las reproducciones están enmarcadas o engarzadas con signos gráficos parásitos, donde el texto no acompaña sino domina, donde hay “demasiadas cosas”, como en una habitación sobre-amueblada.  Me gusta ver la obra en un formato adecuado para mis ojos miopes (es decir, nunca del tamaño de una estampilla postal) y también tener al alcance de la vista la información que necesito de inmediato: autor, título, técnica, formato y también el lugar donde se encuentra la obra. Me gusta también que el cuerpo del texto haga referencia a la obra que estoy viendo no muy lejos de la página en que ésta se encuentra.  Es decir, que si leo las peripecias del artista y algo acerca de la obra, me gusta tenerla cerca y no tener que buscar la imágen veinte páginas atrás o adelante, allí donde hablan de ella.
Existen libros de arte especiales para niños o para jóvenes.  Tengo algunos, editados por museos estadounidenses,  bastante hermosos, que he utilizado mucho a pesar de que mis chavos casi nunca  pueden leer en inglés.  Pero me gustan la calidad de la reproducción y la elocuencia de la imagen dentro del diagrama, por eso los utilizo intensivamente.   
También me gusta que la tipografía sea simple, clara  y no juguetona.  En el caso de un buen libro de arte informativo, prefiero letras sobrias y legibles más que fantasiosas.
Información veraz y actualizada
Algo importante es el disponer de buenas fichas técnicas acompañando a cada reproducción y asimismo que los textos contengan información veraz en cuanto  a la biografía del artista, el lugar donde se encuentra la obra, el movimiento al cual pertenece, a su destino final una vez que el artista desapareció.  A veces en los libros de arte no sólo tenemos la información a secas sino también algún comentario crítico del autor, en cuanto a corriente artística, percepción estética, contexto histórico; una interpretación con la que podemos o no estar de acuerdo.  Hablo también de información actualizada porque es evidente que hay nuevos descubrimientos en cuanto a ciertas obras de arte y también nuevas formas de mirar; no podemos contentarnos con la manera de interpretar el arte de un autor del siglo diecinueve cuando podemos tener una visión más moderna sobre todo cuando se trata de nuestros primeros descubrimientos.   
Claro está que si queremos profundizar, siempre tendremos un amplio abanico de informaciones de este y de otros siglos en cuanto a la misma obra, pero esto viene después y se dirige a un público más especializado.  Aquí hablo y recomiendo concretamente de libros que pueden servir a un público como el mío, no necesariamente informado previamente, no necesariamente formado a “saber ver”.

Encuadernación, gramaje, textura

Otro aspecto importante es la encuadernación.  Antiguamente los libros de arte y los libros en general eran mucho más caros porque iban encuadernados a mano y eran cosidos por cuadernillos que se pegaban juntos y se unían con pegamento para ser finalmente forrados con tela o con piel. Las ediciones populares iban simplemente pegadas, no destinadas a durar.   
Mis primeras experiencias con los “Libros del Rincón” de la SEP* fueron contradictorias;  eran libros hechos con muy buen  gusto, diseñados maravillosamente… pero encuadernados de manera terrible.  Al cabo de dos o tres años de uso, esos libros perdían sus páginas y se deshacían literalmente entre las manos.  Una lástima, tanto en los textos literarios como en los libritos de arte o informativos porque son obras que no volvieron a imprimirse y que es difícil o imposible recuperar.  Una revista que me encantaba, “Saber ver” (Editorial Televisa),  fue casi imposible de utilizar por la deficiente calidad de la encuadernación.  Para nuestra fortuna, la encuadernación actual cuenta con pegamentos de mucha mejor calidad, (esto me lo dijo una editora de arte de Guadalajara): los libros de ahora tienen mayor solidez y por lo tanto, mayor duración.
Algo que me gusta igualmente es sentir con los dedos las diferentes texturas del papel.  Me gustan los libros de buen papel, por lo general un liso, suave y algo brillante (quizá para que los colores también “brillen”) y de buen gramaje (es decir peso).   
Es evidente que no hablaría de estos aspectos tan prosaicos si todos estos libros estuvieran en mi casa y fueran exclusivamente para mí y para mi familia.  Quien comparte libros ha de pensar en una utilización más extensa, frecuente  e intensa, dado que las colecciones de arte circulan entre mucha gente, y son previstas no sólo para las sesiones de lectura,  sino para el préstamo a domicilio.  
(continuará... en la siguiente entrega, ¿cómo leerlos?)