por Lirio Garduño-Buono
En el Centro de Detención para adolescentes, trabajé mucho con libros de arte. Una sesión que nos gustó particularmente, fue aquella donde pintaron. Yo no tenía mucho material, pero tomé de mi casa algunas acuarelas de mi hija y también cartulinas que tenía por allí.
Ese sábado el grupo era pequeño, o mejor dicho, había dos grupos al mismo tiempo, los « principiantes » y los « avanzados », estos últimos ya habían estado en otras ediciones del taller y los otros recién lo conocían.
Los principiantes trabajarían en un tema literario y los otros seguirían trabajando sobre los Básicos de arte. Como no podía llevar conmigo toda la colección (¡demasiado pesada para mi maleta rodante y para mi espalda!), hice una selección de veinte títulos, tratando que los artistas representados fueran lo más variado posible: Basquiat, Matisse, Goya, Mirò, Warhol, Renoir, Velázquez, Klimt…
Tenían que hojear los libros, escoger uno y seleccionar imágenes para reproducir o recrear. Podían copiar la imagen o transformarla; podían escoger dos y hacer una composición con elementos de una y de la otra…
Iván estaba aquí con algunos chavos que trabajaban con él cuando fungía como Monitor: Fidel, Marcos y Pablo. El grandote Adolfo también vino y no podían faltar Julio Alberto y su cuate Saúl. Martha y Lizbeth eran las únicas chicas ese día.
Empezaron pues a observar los libros y a escoger sus imágenes. A Julio le gustó mucho Magritte y a Saul, Matisse. Matisse fue uno de los favoritos de Ivan también. Fidel escogió a Miró. En primer lugar, sólo tenían que observar; pintarían hasta más tarde. Trabajábamos alrededor de una gran mesa, en el salón pequeño donde con frecuencia hacíamos el taller. Una vez que tenían sus libros, debían escoger la imagen y explorarla. Mientras hacían eso, fui disponiendo los materiales en la mesa: agua, acuarelas, gouaches, papel, pinceles.
Cuando terminaron de observar, se produjo una aceleración, un extraño frenesí. La atmósfera se volvió febril, pues ¡empezaron a trabajar con gran pasión! Pasaban de la contemplación cuidadosa de las imágenes a la contemplación de la hoja en blanco, hasta que de pronto algo sucedía y empezaban a pintar, sin dejar de echar ojeadas atentas a las pinturas que estaban reproduciendo, seleccionando colores, limpiando los pinceles en el agua… (¡y todo esto, casi sin hablar, lo cual era más increíble aún!)
Adolfo (18) copiaba una pintura de Miró. Trabajaba junto a Pablo, copiaban del mismo libro abierto, uno sobre la pintura de la derecha, el otro sobre la de la izquierda.
Julio empezó con el Magritte llamado « La violación ». Aunque pintaba con gran cuidado, estaba un poco desesperado porque su obra no se veía exactamente como la de Magritte. Le dije que eso no importaba. Lo que importaba era imprimir un sello personal en los trabajos y justamente, las diferencias eran lo que hacía interesante trabajar sobre la obra de otra persona, interpretándola.
Iván no necesitaba ayuda. Pintó los vitrales de Matisse a su manera; a veces con los mismos colores, a veces con diferentes tonos, maravillosos.
Martha escogió al neoyorkino Basquiat. Trabajó con gran apego al cuadro:
Mientras ellos trabajaban, yo atendía a la otra parte del grupo. Me parecía muy extraño que no me llamaran cada dos segundos como siempre. Se interrumpían solo para ir a cambiar el agua y las cartulinas, una vez terminados sus primeros trabajos.
Héctor, el más joven de todos (13) no quiso inspirarse en ningún cuadro. Su trabajo, muy extraño, representaba según me dijo, un crimen y un fantasma, ambos en la parte más baja de la composición; en la parte de arriba se veía un prado verde con árboles y un fragmento de sol en el ángulo superior derecho.
Elizabeth hizo también algo extraño: se fijó en el cuadro impresionista de Seurat, “La Grande Jatte”, y lo reprodujo con los lápices de acuarela. Este dibujo fue especial porque era casi transparente, tanto que casi no podían verse los trazos finos ni los delicados colores. Traté de fotografiarlo para ponerlo aquí… sin éxito. ¿Qué quiso decir Elizabeth? ¿Por qué ese afán de discreción, de transparencia, de desvanecimiento?
Yo seguía navegando entre este grupo y el otro. Cada que regresaba a ver cómo iban los pintores, me sorprendía más y más de sus resultados. ¡Qué manera de interpretar las pinturas sin ningún prejuicio y con gran libertad de expresión; sin auto-censura, con los colores y las formas como únicos guías!
En el Centro de Detención para adolescentes, trabajé mucho con libros de arte. Una sesión que nos gustó particularmente, fue aquella donde pintaron. Yo no tenía mucho material, pero tomé de mi casa algunas acuarelas de mi hija y también cartulinas que tenía por allí.
Ese sábado el grupo era pequeño, o mejor dicho, había dos grupos al mismo tiempo, los « principiantes » y los « avanzados », estos últimos ya habían estado en otras ediciones del taller y los otros recién lo conocían.
Los principiantes trabajarían en un tema literario y los otros seguirían trabajando sobre los Básicos de arte. Como no podía llevar conmigo toda la colección (¡demasiado pesada para mi maleta rodante y para mi espalda!), hice una selección de veinte títulos, tratando que los artistas representados fueran lo más variado posible: Basquiat, Matisse, Goya, Mirò, Warhol, Renoir, Velázquez, Klimt…
Tenían que hojear los libros, escoger uno y seleccionar imágenes para reproducir o recrear. Podían copiar la imagen o transformarla; podían escoger dos y hacer una composición con elementos de una y de la otra…
Iván estaba aquí con algunos chavos que trabajaban con él cuando fungía como Monitor: Fidel, Marcos y Pablo. El grandote Adolfo también vino y no podían faltar Julio Alberto y su cuate Saúl. Martha y Lizbeth eran las únicas chicas ese día.
Empezaron pues a observar los libros y a escoger sus imágenes. A Julio le gustó mucho Magritte y a Saul, Matisse. Matisse fue uno de los favoritos de Ivan también. Fidel escogió a Miró. En primer lugar, sólo tenían que observar; pintarían hasta más tarde. Trabajábamos alrededor de una gran mesa, en el salón pequeño donde con frecuencia hacíamos el taller. Una vez que tenían sus libros, debían escoger la imagen y explorarla. Mientras hacían eso, fui disponiendo los materiales en la mesa: agua, acuarelas, gouaches, papel, pinceles.
Cuando terminaron de observar, se produjo una aceleración, un extraño frenesí. La atmósfera se volvió febril, pues ¡empezaron a trabajar con gran pasión! Pasaban de la contemplación cuidadosa de las imágenes a la contemplación de la hoja en blanco, hasta que de pronto algo sucedía y empezaban a pintar, sin dejar de echar ojeadas atentas a las pinturas que estaban reproduciendo, seleccionando colores, limpiando los pinceles en el agua… (¡y todo esto, casi sin hablar, lo cual era más increíble aún!)
Adolfo (18) copiaba una pintura de Miró. Trabajaba junto a Pablo, copiaban del mismo libro abierto, uno sobre la pintura de la derecha, el otro sobre la de la izquierda.
Julio empezó con el Magritte llamado « La violación ». Aunque pintaba con gran cuidado, estaba un poco desesperado porque su obra no se veía exactamente como la de Magritte. Le dije que eso no importaba. Lo que importaba era imprimir un sello personal en los trabajos y justamente, las diferencias eran lo que hacía interesante trabajar sobre la obra de otra persona, interpretándola.
Iván no necesitaba ayuda. Pintó los vitrales de Matisse a su manera; a veces con los mismos colores, a veces con diferentes tonos, maravillosos.
Martha escogió al neoyorkino Basquiat. Trabajó con gran apego al cuadro:
Mientras ellos trabajaban, yo atendía a la otra parte del grupo. Me parecía muy extraño que no me llamaran cada dos segundos como siempre. Se interrumpían solo para ir a cambiar el agua y las cartulinas, una vez terminados sus primeros trabajos.
Héctor, el más joven de todos (13) no quiso inspirarse en ningún cuadro. Su trabajo, muy extraño, representaba según me dijo, un crimen y un fantasma, ambos en la parte más baja de la composición; en la parte de arriba se veía un prado verde con árboles y un fragmento de sol en el ángulo superior derecho.
Elizabeth hizo también algo extraño: se fijó en el cuadro impresionista de Seurat, “La Grande Jatte”, y lo reprodujo con los lápices de acuarela. Este dibujo fue especial porque era casi transparente, tanto que casi no podían verse los trazos finos ni los delicados colores. Traté de fotografiarlo para ponerlo aquí… sin éxito. ¿Qué quiso decir Elizabeth? ¿Por qué ese afán de discreción, de transparencia, de desvanecimiento?
Yo seguía navegando entre este grupo y el otro. Cada que regresaba a ver cómo iban los pintores, me sorprendía más y más de sus resultados. ¡Qué manera de interpretar las pinturas sin ningún prejuicio y con gran libertad de expresión; sin auto-censura, con los colores y las formas como únicos guías!
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