CLAUDE PONTI en México
por Lirio Garduño-Buono
coordinadora de la Sala de Lectura
“Perro azul”, San Isidro, Guanajuato,
México.
1.- RECUERDOS DE ALLÁ Y DE ACÁ
La primera vez que tuve un libro de Claude Ponti entre mis manos, me conquistó de inmediato. No recuerdo exactamente cuál fue, quizá “Broutille”. Mi hija era aún un bebé, y a su año ocho meses caminaba conmigo los escasos metros que nos separaban de la Biblioteca de Télégraphe, en el distrito veinte de París. Es una biblioteca de barrio, no muy grande ni prestigiosa, pero poseedora de una buena sección para niños y jóvenes, a la cual asistíamos varias tardes por semana.
Recuerdo que un libro le gustaba particularmente (y a mí también). Era “Parci Parla” de Claude Ponti. Nos fascinaban las arquitecturas vegetales, las aventuras subterráneas y celestes de los personajes.
“Broutille” fue otra vivencia memorable. Anissa, amiga de mi hija a los tres años, le prestó este libro con mil recomendaciones. A nosotros también nos encantó y recuerdo muy precisamente cuando finalmente lo compré en la gran librería de la Place de Clichy. Me costó sesenta francos.
Ya viviendo en México, nunca vi libros de Ponti en librería. Hay que decir que en mi ciudad, Guanajuato, hay una librería que ofrece poquísimos libros extranjeros para niños. Sin embargo, nos arreglamos para que los libros de Ponti nos siguieran acompañando a lo largo de la infancia de Nina Olga: las aventuras del pollo enmascarado Blas, Broutille, la muñeca mágica, la adorable mamá Petronille... este último regalado por Blandine Aurenche en una visita a Mexico. Yo le había platicado de la fascinación de Nina por Ponti, y de que Pétronille le gustaba muchísimo cuando era pequeñita. Blandine, que traía el libro para mostrarlo en el seminario de lectura para el cual yo era su traductora, me lo regaló.
Otro amigo de Francia nos trajo el hermoso “Ma vallée”, quizá el más leído y releído en la familia.
Cuando en 2001 abrí la Sala de lectura en la comunidad donde vivo, San Isidro, traduje someramente los libros de Ponti que teníamos en casa, porque me parecía interesante que los niños de aquí los conociesen. Con la mayor naturalidad del mundo, los incluyeron entre sus favoritos, pidiéndome leerlos en la Sala muchas veces.
2.- REGISTRO DE UNA SESION DE LA SALA DE LECTURA “Perro Azul”. Jueves 8 de febrero 2006
En cuanto llegamos a la escuela donde tiene lugar la Sala de lectura, aviso a los niños que recibimos un paquete de España. ¡3 hermosos libros! Una vez adentro, empezamos a acomodar los volúmenes como de costumbre, pero todos tienen una gran curiosidad por ver los libros nuevos, aún en el cartón de correos. Rosalinda (10), una de nuestras más asiduas lectoras empieza a inspeccionar con detenimiento el embalaje: cada detalle le interesa, el sello postal con la imagen de un automóvil (quizá un Mercedes Benz), la dirección del destinatario, del remitente, las indicaciones de la aduana... todo le parece digno de atención. A Beto (9) le interesa particularmente el coche del sello. Recibimos: “El Castillo de Ani Versario”, “El Arbol sin fin” y Roberto Elbanco”, de Claude Ponti.
En cuanto sacamos los libros, todos se precipitan como abejas en la miel. Les gusta en particular “El Castillo de Ani Versario”, porque la página central es una verdadera mina donde se puede explorar durante horas. Nina (11), mi hija, se sienta en medio de la pieza y empieza a leerlo desde el principio. Algunos de los asistentes siguen enfrascados en sus propias lecturas o buscan libros para llevar. Pero Maricruz(5), Octavio (11), Rosalinda y Dulce (5) se acercan a escuchar la lectura. Cuando llegan a la página central, el mundo se detiene. Sólo se escuchan los nombres de los diferentes personajes y se ven pequeños dedos índices señalando esta o aquella figura conocida: Max, de “Donde viven los Monstruos”, Pinocchio, Caperucita Roja, Charlot, el ratón Mickey, Bety Boop... tantos y tantos (deben ser cientos) que son identificados y tantos otros desconocidos. Me preguntan si conozco a la muchacha vestida a la usanza del mil novecientos quince: ¡es la Adèle Blanc-Sec de Tardi! Pasamos un buen momento en este proceso, hasta que Nina dice que estaría bien continuar la historia para saber cómo termina. Antes de voltear la página dice: “¡...y aquí está la cumpleañera!” En un rincón, la pequeña Ani parece totalmente apabullada por esa grandiosa fiesta...
Cristian (5) me pide que le lea “El árbol sin fin”. Se acercan Maricruz y Dulce. Como es un grupo de niños muy pequeños, se acurrucan junto a mí cuando Hipolina se pierde y afronta mil peligros, entre ellos unos espejos traicioneros y un monstruo hecho con hojas. Algo que los entristece particularmente es la muerte de la abuelita, aunque los consuelo haciéndoles ver que la abuela va a un lugar muy hermoso desde donde su nave vegetal despegará hacia el infinito.
Todos se quieren llevar los nuevos libros en préstamo. Les pido una semana para poderlos ver con detenimiento y escribir sobre ellos. En efecto, en la libreta de préstamos ya están apartados para las 3 o 4 semanas siguientes.
3.- CLAUDE PONTI EN MEXICO
¿Porqué nos toca un libro? ¿Cuál es el mecanismo para que nos conmueva? ¿Cómo leemos? ¿con qué historias, con qué bagaje?
Entre los lectores de la Sala de lectura “Perro Azul” de San Isidro Guanajuato (México) circulan algunos libros de Claude Ponti. De él me dijo alguna vez mi querida Geneviève Patte que sus obras pueden ser detestadas o adoradas, pero que rara vez provocan reacciones intermedias. Es curioso, porque en efecto, los pocos libros que hemos tenido de él han tenido una franca aceptación. Quizá porque los niños casi siempre vienen a leer solos y no tienen el filtro o la censura de sus padres; quizá porque la cultura mexicana permite y hasta alienta lo barroco, lo excesivo, lo extraño. La exuberancia de las iglesias y conventos coloniales con sus diablejos y sus monstruos, con sus querubines cachetones y sus animales míticos, con sus erupciones vegetales y sus complejas volutas dan idea de cómo un niño de San isidro puede percibir las casas laberínticas, los árboles que albergan múltiples aposentos y ostentan fachadas vegetales; una esa visión tan personal de la naturaleza que recrea lo estructural o el ornamento como algo inherente al paisaje.
Otra cosa que Ponti crea y ofrece son los mundos paralelos y/o subterráneos, el misterio y hasta el horror de las cosas familiares transformadas en seres monstruosos, amenazadores. En la cultura del Bajío mexicano, las historias coloniales de aparecidos y “espantos” son popularísimas. Lo horrible y lo sobrenatural son algo común en la vida rural de México, junto con los elementos mágicos provistos por la flora y la fauna. San Isidro es una comunidad que aún tiene características rurales, pero su cercanía con la ciudad de Guanajuato hará que en algunos años esta cultura desaparezca. Hoy por hoy, esto explica porqué estos niños perciben los libros de Ponti, sus bestiarios, sus apariciones y sus seres que emergen del corazón de la tierra como algo familiar.
Tampoco la presencia de la muerte en los libros de Ponti parece asustar sobremanera a nuestros lectores. Quizá los más pequeños sí sientan el corazón estrujarse al leer que la abuela de la pequeña Hipolina de “El Arbol sin fin” murió. Sin embargo, en “Ma Vallée” se habla del cementerio de los Touim’s como un lugar de gran serenidad y paz. O en “El día del Come-Pollitos” cuando éste ha devorado a todos los pollos y que luego son liberados porque era un “falso” come-pollitos... ¡qué alivio para los lectores!
Y claro, hay también momentos de delirio, como los vividos por todo niño: los pollos disfrazados peleando contra el Come-Pollitos, los Touim’s en invierno, en verano o en el Teatro de las Cóleras; las andanzas de Pétronille cuando ciertos señores la empapan en aceite y en agua para convertirla en un caracol caliente... Todo nos transporta en un frenesí que parece no tener fin; hasta que de repente... todo se detiene y el silencio se impone durante el paso de un pez sobre los tejados y en el cielo de París, una doble página memorable de “Broutille” o el Gran Medianoche de “Roberto Elbanco”, visión espectacular y propicia a la ensoñación.
La calidad de la imágen nos hace soñar, pero algo importante es que la edición siempre es espaciosa, bella, bien impresa y esto contribuye en gran medida a fascinarnos. Quizá para los niños de aquí, la imágen tiene más atracción que el texto, aunque éste sea también fuente de enigmas y punto de partida para diversos viajes.
Algo interesante que mencioné brevemente arriba, es la adhesión del autor a la arquitectura, o más bien a las arquitecturas. Como el genial Gaudí, Ponti funde sus edificios con la naturaleza, se apropia de un árbol, lo convierte en casa y dentro de ella instala un extraordinario mobiliario art-nouveau digno del creador catalán. Este amor por lo retorcido, por lo vegetal, por lo húmedo, por lo lleno de cavidades hace que la casa del árbol de “Ma Vallée” o de “El árbol sin fin” sean territorios donde cada niño quisiera habitar. Exterior e interior se parecen, tienen alguna secreta relación, como la tela y el forro de un abrigo. El austriaco Hundertwasser sería igualmente feliz en esos ámbitos. En “Roberto Elbanco” hay árboles que en determinado momento pierden su corteza, se vuelven algo frágil y móvil, llenos de escaleras y aposentos. Creo que esos árboles-para-habitar todos los tenemos en algún rincón de la cabeza, de los sueños.
Algo curioso, es que la obra de Ponti es profundamente francesa, es decir posee características y referencias culturales que solamente habiendo crecido y vivido en su país se pueden entender, como en el capítulo “Le Roi des Arbres” de “Ma Vallée” (que habla del compositor Olivier Messiaen), o cuando Petronille y su familia encuentran a una gallina sobre un muro,clara referencia a la cancioncilla para niños que todos conocen en Francia. Sin embargo, tanto texto como imagen convergen hacia un mundo paralelo que por su parte, es universal.
Es decir que tenemos varias lecturas posibles y una de ellas es nuestra lectura mexicana. Todo lo que un autor puede evocarnos,
todo lo que sus recuerdos e imágenes significan para nosotros, el sabor de sus imágenes y sus textos que nos es familiar como la tortilla de maíz o el limón verde... Por la ventana de mi taller, veo un árbol al borde de una hondonada; es un paisaje bastante más seco y mucho menos grandioso que el valle de los Touim’s, pero pueden creerme, ese árbol representa un universo vivo y en movimiento; lo imagino edificado, acondicionado como un hogar y, como el gigante
triste, me vienen unas ganas locas de poner un ojo en un agujero de su corteza para observar la vida que en su interior se mueve...
Con el envío de estos libros, Rafael Ròs de editorial Corimbo, ha permitido que los niños de la Sala Perro Azul* vivan directamente en nuestro idioma los mundos de este excelente autor.
Mercès Senyor Ròs!
Merci, Monsieur Ponti!
Lirio Garduño-Buono
San Isidro, México,
marzo 2006.
por Lirio Garduño-Buono
coordinadora de la Sala de Lectura
“Perro azul”, San Isidro, Guanajuato,
México.
1.- RECUERDOS DE ALLÁ Y DE ACÁ
La primera vez que tuve un libro de Claude Ponti entre mis manos, me conquistó de inmediato. No recuerdo exactamente cuál fue, quizá “Broutille”. Mi hija era aún un bebé, y a su año ocho meses caminaba conmigo los escasos metros que nos separaban de la Biblioteca de Télégraphe, en el distrito veinte de París. Es una biblioteca de barrio, no muy grande ni prestigiosa, pero poseedora de una buena sección para niños y jóvenes, a la cual asistíamos varias tardes por semana.
Recuerdo que un libro le gustaba particularmente (y a mí también). Era “Parci Parla” de Claude Ponti. Nos fascinaban las arquitecturas vegetales, las aventuras subterráneas y celestes de los personajes.
“Broutille” fue otra vivencia memorable. Anissa, amiga de mi hija a los tres años, le prestó este libro con mil recomendaciones. A nosotros también nos encantó y recuerdo muy precisamente cuando finalmente lo compré en la gran librería de la Place de Clichy. Me costó sesenta francos.
Ya viviendo en México, nunca vi libros de Ponti en librería. Hay que decir que en mi ciudad, Guanajuato, hay una librería que ofrece poquísimos libros extranjeros para niños. Sin embargo, nos arreglamos para que los libros de Ponti nos siguieran acompañando a lo largo de la infancia de Nina Olga: las aventuras del pollo enmascarado Blas, Broutille, la muñeca mágica, la adorable mamá Petronille... este último regalado por Blandine Aurenche en una visita a Mexico. Yo le había platicado de la fascinación de Nina por Ponti, y de que Pétronille le gustaba muchísimo cuando era pequeñita. Blandine, que traía el libro para mostrarlo en el seminario de lectura para el cual yo era su traductora, me lo regaló.
Otro amigo de Francia nos trajo el hermoso “Ma vallée”, quizá el más leído y releído en la familia.
Cuando en 2001 abrí la Sala de lectura en la comunidad donde vivo, San Isidro, traduje someramente los libros de Ponti que teníamos en casa, porque me parecía interesante que los niños de aquí los conociesen. Con la mayor naturalidad del mundo, los incluyeron entre sus favoritos, pidiéndome leerlos en la Sala muchas veces.
2.- REGISTRO DE UNA SESION DE LA SALA DE LECTURA “Perro Azul”. Jueves 8 de febrero 2006
En cuanto llegamos a la escuela donde tiene lugar la Sala de lectura, aviso a los niños que recibimos un paquete de España. ¡3 hermosos libros! Una vez adentro, empezamos a acomodar los volúmenes como de costumbre, pero todos tienen una gran curiosidad por ver los libros nuevos, aún en el cartón de correos. Rosalinda (10), una de nuestras más asiduas lectoras empieza a inspeccionar con detenimiento el embalaje: cada detalle le interesa, el sello postal con la imagen de un automóvil (quizá un Mercedes Benz), la dirección del destinatario, del remitente, las indicaciones de la aduana... todo le parece digno de atención. A Beto (9) le interesa particularmente el coche del sello. Recibimos: “El Castillo de Ani Versario”, “El Arbol sin fin” y Roberto Elbanco”, de Claude Ponti.
En cuanto sacamos los libros, todos se precipitan como abejas en la miel. Les gusta en particular “El Castillo de Ani Versario”, porque la página central es una verdadera mina donde se puede explorar durante horas. Nina (11), mi hija, se sienta en medio de la pieza y empieza a leerlo desde el principio. Algunos de los asistentes siguen enfrascados en sus propias lecturas o buscan libros para llevar. Pero Maricruz(5), Octavio (11), Rosalinda y Dulce (5) se acercan a escuchar la lectura. Cuando llegan a la página central, el mundo se detiene. Sólo se escuchan los nombres de los diferentes personajes y se ven pequeños dedos índices señalando esta o aquella figura conocida: Max, de “Donde viven los Monstruos”, Pinocchio, Caperucita Roja, Charlot, el ratón Mickey, Bety Boop... tantos y tantos (deben ser cientos) que son identificados y tantos otros desconocidos. Me preguntan si conozco a la muchacha vestida a la usanza del mil novecientos quince: ¡es la Adèle Blanc-Sec de Tardi! Pasamos un buen momento en este proceso, hasta que Nina dice que estaría bien continuar la historia para saber cómo termina. Antes de voltear la página dice: “¡...y aquí está la cumpleañera!” En un rincón, la pequeña Ani parece totalmente apabullada por esa grandiosa fiesta...
Cristian (5) me pide que le lea “El árbol sin fin”. Se acercan Maricruz y Dulce. Como es un grupo de niños muy pequeños, se acurrucan junto a mí cuando Hipolina se pierde y afronta mil peligros, entre ellos unos espejos traicioneros y un monstruo hecho con hojas. Algo que los entristece particularmente es la muerte de la abuelita, aunque los consuelo haciéndoles ver que la abuela va a un lugar muy hermoso desde donde su nave vegetal despegará hacia el infinito.
Todos se quieren llevar los nuevos libros en préstamo. Les pido una semana para poderlos ver con detenimiento y escribir sobre ellos. En efecto, en la libreta de préstamos ya están apartados para las 3 o 4 semanas siguientes.
3.- CLAUDE PONTI EN MEXICO
¿Porqué nos toca un libro? ¿Cuál es el mecanismo para que nos conmueva? ¿Cómo leemos? ¿con qué historias, con qué bagaje?
Entre los lectores de la Sala de lectura “Perro Azul” de San Isidro Guanajuato (México) circulan algunos libros de Claude Ponti. De él me dijo alguna vez mi querida Geneviève Patte que sus obras pueden ser detestadas o adoradas, pero que rara vez provocan reacciones intermedias. Es curioso, porque en efecto, los pocos libros que hemos tenido de él han tenido una franca aceptación. Quizá porque los niños casi siempre vienen a leer solos y no tienen el filtro o la censura de sus padres; quizá porque la cultura mexicana permite y hasta alienta lo barroco, lo excesivo, lo extraño. La exuberancia de las iglesias y conventos coloniales con sus diablejos y sus monstruos, con sus querubines cachetones y sus animales míticos, con sus erupciones vegetales y sus complejas volutas dan idea de cómo un niño de San isidro puede percibir las casas laberínticas, los árboles que albergan múltiples aposentos y ostentan fachadas vegetales; una esa visión tan personal de la naturaleza que recrea lo estructural o el ornamento como algo inherente al paisaje.
Otra cosa que Ponti crea y ofrece son los mundos paralelos y/o subterráneos, el misterio y hasta el horror de las cosas familiares transformadas en seres monstruosos, amenazadores. En la cultura del Bajío mexicano, las historias coloniales de aparecidos y “espantos” son popularísimas. Lo horrible y lo sobrenatural son algo común en la vida rural de México, junto con los elementos mágicos provistos por la flora y la fauna. San Isidro es una comunidad que aún tiene características rurales, pero su cercanía con la ciudad de Guanajuato hará que en algunos años esta cultura desaparezca. Hoy por hoy, esto explica porqué estos niños perciben los libros de Ponti, sus bestiarios, sus apariciones y sus seres que emergen del corazón de la tierra como algo familiar.
Tampoco la presencia de la muerte en los libros de Ponti parece asustar sobremanera a nuestros lectores. Quizá los más pequeños sí sientan el corazón estrujarse al leer que la abuela de la pequeña Hipolina de “El Arbol sin fin” murió. Sin embargo, en “Ma Vallée” se habla del cementerio de los Touim’s como un lugar de gran serenidad y paz. O en “El día del Come-Pollitos” cuando éste ha devorado a todos los pollos y que luego son liberados porque era un “falso” come-pollitos... ¡qué alivio para los lectores!
Y claro, hay también momentos de delirio, como los vividos por todo niño: los pollos disfrazados peleando contra el Come-Pollitos, los Touim’s en invierno, en verano o en el Teatro de las Cóleras; las andanzas de Pétronille cuando ciertos señores la empapan en aceite y en agua para convertirla en un caracol caliente... Todo nos transporta en un frenesí que parece no tener fin; hasta que de repente... todo se detiene y el silencio se impone durante el paso de un pez sobre los tejados y en el cielo de París, una doble página memorable de “Broutille” o el Gran Medianoche de “Roberto Elbanco”, visión espectacular y propicia a la ensoñación.
La calidad de la imágen nos hace soñar, pero algo importante es que la edición siempre es espaciosa, bella, bien impresa y esto contribuye en gran medida a fascinarnos. Quizá para los niños de aquí, la imágen tiene más atracción que el texto, aunque éste sea también fuente de enigmas y punto de partida para diversos viajes.
Algo interesante que mencioné brevemente arriba, es la adhesión del autor a la arquitectura, o más bien a las arquitecturas. Como el genial Gaudí, Ponti funde sus edificios con la naturaleza, se apropia de un árbol, lo convierte en casa y dentro de ella instala un extraordinario mobiliario art-nouveau digno del creador catalán. Este amor por lo retorcido, por lo vegetal, por lo húmedo, por lo lleno de cavidades hace que la casa del árbol de “Ma Vallée” o de “El árbol sin fin” sean territorios donde cada niño quisiera habitar. Exterior e interior se parecen, tienen alguna secreta relación, como la tela y el forro de un abrigo. El austriaco Hundertwasser sería igualmente feliz en esos ámbitos. En “Roberto Elbanco” hay árboles que en determinado momento pierden su corteza, se vuelven algo frágil y móvil, llenos de escaleras y aposentos. Creo que esos árboles-para-habitar todos los tenemos en algún rincón de la cabeza, de los sueños.
Algo curioso, es que la obra de Ponti es profundamente francesa, es decir posee características y referencias culturales que solamente habiendo crecido y vivido en su país se pueden entender, como en el capítulo “Le Roi des Arbres” de “Ma Vallée” (que habla del compositor Olivier Messiaen), o cuando Petronille y su familia encuentran a una gallina sobre un muro,clara referencia a la cancioncilla para niños que todos conocen en Francia. Sin embargo, tanto texto como imagen convergen hacia un mundo paralelo que por su parte, es universal.
Es decir que tenemos varias lecturas posibles y una de ellas es nuestra lectura mexicana. Todo lo que un autor puede evocarnos,
todo lo que sus recuerdos e imágenes significan para nosotros, el sabor de sus imágenes y sus textos que nos es familiar como la tortilla de maíz o el limón verde... Por la ventana de mi taller, veo un árbol al borde de una hondonada; es un paisaje bastante más seco y mucho menos grandioso que el valle de los Touim’s, pero pueden creerme, ese árbol representa un universo vivo y en movimiento; lo imagino edificado, acondicionado como un hogar y, como el gigante
triste, me vienen unas ganas locas de poner un ojo en un agujero de su corteza para observar la vida que en su interior se mueve...
Con el envío de estos libros, Rafael Ròs de editorial Corimbo, ha permitido que los niños de la Sala Perro Azul* vivan directamente en nuestro idioma los mundos de este excelente autor.
Mercès Senyor Ròs!
Merci, Monsieur Ponti!
Lirio Garduño-Buono
San Isidro, México,
marzo 2006.
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