vendredi 5 mars 2010

“En el cielo te leen poesía, en el infierno te la explican “


(foto: M. Colangelo)
Este mes de marzo, algo realmente lindo: Michèle Petit me autorizó a publicar esta experiencia genial de Mirta Colangelo en Bahìa Blanca, Argentina.
por
Michèle Petit
(Extracto de la ponencia impartida en el 3er encuentro de Promotores de Lectura, Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 2005. Esta experiencia fue retomada en el libro de Michèle Petit El Arte de la Lectura en tiempos de crisis, Barcelona/México, Ed. Océano Travesía, col. Agora, 2009, 308 pp, traducido del francés por Diana Luz Sánchez).

Antes de elaborar sus propios libros, los niños de los que les voy a hablar ahora han hojeado cantidad de textos, cantidad de imágenes. Y han observado mucho el mundo que los rodea. Esta última escena se desarrolla en el Museo de Arte Contemporáneo de Bahía Blanca, en Argentina. Estos niños presentan al público libros artesanales que hicieron. Es Mirta Colangelo quien la cuenta : « Los chicos leyeron textos, pasamos un CD con imágenes de los libros, ya que como cada uno es único creí oportuno que se pudieran conocer por lo menos unas cien, - están fantásticas -  escuchamos música de cámara y repartimos plumas de loros y de palomas como souvenirs. Las habíamos juntado con los niños en un parque el domingo anterior. ¿Sabías que las cambian en otoño y se pueden encontrar debajo de los eucaliptos donde suelen dormir? (…)
Vendimos casi todos los libros terminados, que fueron unos sesenta, y ya los chicos trabajadores cobraron un dinerito proporcional a lo trabajado. Compramos más papel y muchas tintas chinas de colores. Estamos muy contentos. »
Yo también estuve muy contenta cuando recibí esta carta. Porque no sabía que los loros que duermen en las ramas de los eucaliptos “otoñan” en plumas que caen e iluminan el suelo. Porque gracias a unas palabras, ella me llevaba a un espacio de sueños. Porque daba testimonio de una relación feliz y creativa con los libros, por parte de niños que, sin embargo, estaban inicialmente muy lejos de ella, como verán. Y fui muy feliz cuando recibí unos libros de los que habían hecho, cuya calidad —tanto la de los textos como la de las imágenes— me maravilló. Efectivamente, «cada ejemplar es único y no se repite, como la vida », como dice Mirta, quien anima un taller literario en el Patronato de la infancia en donde estos niños son llevados cuando los Tribunales de menores lo deciden. Vienen de familias pobres, numerosas, rotas. Una centena de ellos viven en el hogar, unos sesenta vuelven a sus casas por la noche.
Cuando Mirta comenzó a trabajar ahí, leían y escribían con dificultad, y no encontraban en ello ningún placer. Incapaces de mantener su atención, hablaban todos al mismo tiempo. Para ella, leer suponía de entrada comenzar a recoger indicios para llegar a construir un sentido. Es esta construcción de sentido lo que ella se dedicó a suscitar, por múltiples vías, en pequeños grupos de niños y niñas, de siete a catorce años. La cito:
« Darle vía libre al deseo. Y que el deseo crecería con lecturas estimulantes que nos llevaran inicialmente a leer el mundo y sus criaturas, indagando y dando lugar a las propias lecturas que ellos ya habían hecho y no habían verbalizado antes. Me importaba desnudar, sacar a la luz lo que hasta ese momento había permanecido oculto (…)
A través de una selección cuidadosa de textos breves la lectura de la letra se fue tramando con las otras lecturas(…) Muchos mitos, sus tensiones y pulsiones. Mucha poesía (…)
Y comenzamos a aprender coplas y pequeños poemas que nos decíamos unos a otros en distintos tonos. Un disfrute de la palabra sonando, celebrada.
La incorporación de la oralidad (…) : paladear las palabras que empezaron a cantar en el adentro como campanas o como viento.
 Y salimos al jardín del Patronato para seguir haciendo otras lecturas. Lecturas de lenguajes no verbales. El del tilo que se lee con los ojos en otoño y con la nariz en primavera. El de las violetas que nos regalan en invierno ramitos para todos. O el de los barcos de papel en los que los chicos escriben buenos deseos y que siempre echamos a navegar en el cordón de la vereda los días de lluvia.
Nos quedamos en silencio cuando pasan los loros de chillido verde o los benteveos en contrapunto. Los escuchamos ».
« Que noten las relaciones, los vínculos, entre los lenguajes verbales y no verbales y el silencio, sin enfatizar el dar explicaciones y destacando el carácter provisorio de los hallazgos », eso sería lo esencial para Mirta, que añade: « En el cielo te leen poesía, en el infierno te la explican 1» (texto que escribió como graffiti en la pared del taller un adolescente).
Un día, lee en voz alta un libro de Graciela Montes, Historia de un amor exagerado2. El último capítulo cuenta la preparación de un sobre « exagerado » dentro del que el protagonista decide despacharse a sí mismo como regalo de cumpleaños a su amada. El final del libro queda abierto. La historia « hizo que a los chicos les entraran las ganas de escribir cartas ». Mirta los acompaña entonces en una experiencia de arte-correo con desconocidos – ya que muchos de entre ellos no tienen a quien escribir—con quienes intercambian dibujos, collages. Los primeros en recibir estos objetos son artistas plásticos o diseñadores de libros para niños que aceptaron participar.
En sus correos, los chicos se presentan, cuentan algo de su vida, de sus gustos. Los artistas les responden con letras personales acompañadas de pequeñas sorpresas que incluyen obra original. Por ejemplo, Sofía, de doce años, regresó traumatizada de su casa, a la que va de cuando en cuando, después de una disputa violenta entre sus padres. La madre tuvo que ser internada, la policía lo detuvo al padre. Sofía no habló durante varios días. Escuchemos a Mirta : « Cuando el cartero trajo un sobre a su nombre en el que había un increíble gato-pantera que le estaba dedicado por Juan Lima, recuperó la palabra y me relató lo sucedido. Después le escribió a Juan. El gato fue su talismán durante largo tiempo3. » Les doy también el ejemplo de la joven Yamila, que recibió, del artista Hernán Haedo, una máscara en cuya frente cuatro estrellas formaban la Cruz del Sur ; él le escribió: « Cuando Hernán mira la Cruz del Sur se le ocurre que vos también la están viendo. Y si te ponés la careta para mirarla seguro que él estará allí con vos haciéndote compañía ».
Aquí también, de forma distinta, la lectura está asociada a lo lejano, a un otro que uno encuentra a través de una larga desviación, que va hasta la Cruz del Sur. A veces Mirta Colangelo lleva a los niños a la playa y lanzan botellas con mensajes, para encontrar amigos: « Después de un mes y pico una de las botellas fue hallada en una playa distante de unos 80 km. del Puerto de White, lugar de donde había partido, por una familia que leyó la carta. Y no sólo le contestaron al niño que la había escrito sino que se acercaron hasta el Patro y como Cristian había puesto que le gustaban los chorizos y las naranjas, los trajeron y almorzaron con nosotros. Todavía Cristian mantiene correspondencia regular con la familia. »

¿A quién no le dan ganas, después de leer esto en echar botellas a la mar?

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