Esta es la primera parte del capítulo consagrado a los libros de arte, de mi libro Memorias del Medium, sobre el Centro de Detención para Adolescentes, que aparecerá en breve...
¿Porqué leer libros de arte?
¿Por qué la belleza debe ser elitista? Mi experiencia como coordinadora de animación en la biblioteca de una escuela de artes plásticas me hizo reflexionar sobre la manera de percibir el arte a través de los libros y los múltiples mitos y prejuicios que se tienen sobre ambos (los libros y el arte) en un país como el nuestro.
En aquella biblioteca, muchos volúmenes databan de los años treinta y cincuenta del siglo veinte: libros maltratados, reproducciones en sepia, información obsoleta. ¿Qué visión del arte, qué percepción de su existencia y de su historia podían ofrecer? Para jóvenes que nunca vieron los originales de los cuadros allí reproducidos, ese primer contacto era desalentador y hasta injusto. ¿No existen ahora libros de arte, bien editados, accesibles en cuanto a precio y a distribución, encuadernados decentemente para durar un tiempo razonable?
Para la dirección de esa escuela, guardar viejos libros llenos de hongos era conservar un patrimonio. Era esencial que los libros bonitos (y los había) no salieran nunca de la biblioteca y esencial que los maestros tuvieran el control de la información y de las imágenes proporcionadas a los alumnos.
Ese episodio de mi vida me convenció de que el arte no es sólo para unos cuantos elegidos sino para todos, y que los bellos libros no tienen porqué atesorarse con avaricia en los anaqueles sino circular y ser vistos, ser leídos, aún a riesgo de ser degradados o perdidos... c’est la vie!
Ya que muchos de esos estudiantes de artes plásticas no verían los originales de inmediato, lo mejor era según yo, brindarles reproducciones fieles, información, y comentarios veraces, libros resistentes y bellos. Por desgracia no fui escuchada y terminé dejando mi trabajo, ante el boicot masivo del cuerpo docente…
Durante mi vida en Francia (la friolera de quince años) pude ver “en vivo” mucha pintura, muchos museos. También fui asidua de varias bibliotecas. En París podía encontrar libros de arte accesibles en las bibliotecas, claro, pero también en librerías de ofertas, en las de ocasión, en las de lujo, en las de saldos. Hay de todo, a todos los precios. Compré muchos libros que por desgracia no pude traer conmigo cuando regresé a México. Pero aprendí que a pesar de que en nuestro país este material no es fácilmente accesible, siempre es posible adquirirlo: en los últimos años ha habido un auge en su edición y distribución. Para trabajar con los jóvenes detenidos, tenía que conseguir este tipo de acervo. Escribí pues a varios editores.
Mandé una carta Benedikt Taschen, creador de la casa editora que lleva su nombre pues sabía que a pesar de ser una empresa alemana, editaban libros en muchos idiomas, entre ellos español. Respondió positiva y generosamente, haciendo varios envíos a mi Sala de lectura y al Tutelar. Recuerdo particularmente mi viaje a León (a 50 km de donde vivo) en mi viejo Volkswagen. Las cajas recién llegadas contenían la colección de básicos de arte (85 libros) y otras obras igualmente apasionantes como: “Diseño gráfico de hoy”, “Dibujo animado actual” y “1000 sitios WEB”, y “Manga” (que tuvo una trayectoria accidentada como veremos después). Fue un momento de profunda emoción el abrir esas cajas y descubrir tales maravillas; fue también un momento privilegiado, como muchos ha habido en este trabajo, el de llevar estos libros y hacer la primera sesión con ese material. Un lujo.
¿Cómo debe ser un buen libro de arte?
No quiero adoctrinar a mis lectores sobre lo que “debería” ser un buen libro de arte; esto es algo subjetivo, finalmente; cada quien tiene su concepción de la belleza. Pero sí puedo dar pistas para detectar y sobre todo aprovechar un buen libro de arte que nos sirva para trabajar en la iniciación de lectores, en este caso concreto de jóvenes. Contrariamente a otros libros, tiene que ser necesariamente bello. Y por bello entiendo que haya armonía entre sus diferentes componentes, materiales y de contenido. No en vano que en Francia se les llama Les beaux livres (Los bellos libros). Porque parte de lo que llamo aquí belleza es la legibilidad de textos e imágenes, la claridad en la maqueta, la generosidad en el número de reproducciones, la veracidad de su información y…un precio accesible. Es decir, tiene que ser bueno, bonito y barato. ¿por qué no?
Reproducción
Antiguamente, la reproducción de obras de arte se hacía por medio de grabados. El grabador tenía que ser un excelente copista y dominar la técnica. Así se podían difundir en forma de libros o en la prensa. La gente podía así tener una idea de cómo eran los cuadros o esculturas famosos, sin necesidad de viajar muy lejos y de visitar los museos donde éstos se encontraban.
Con la invención de la fotografía, las obras pudieron ser más fielmente reproducidas. En los años 20 y 30 del siglo XX, se reproducían en sepia y posteriormente en color pero las impresiones eran tan delicadas que había que proteger cada una de las páginas con papel cebolla. Por lo general, no todo el libro venía en color, sólo un cuadernillo central donde se mostraban las obras más importantes. Con la imprenta moderna, el perfeccionamiento de la fotografía y las técnicas digitales, el libro de arte es mucho más fácil de producir y también de distribuir, facilitando también su adquisición.
No olvidaré nunca la reacción de un profesor de la desafortunada escuela de artes plásticas de la que hablé antes, cuando en una junta dije que necesitábamos buenos libros de arte: “¿Para qué? ¡Si una buena obra de arte se puede apreciar igual en sepia que en color!”, exclamó el buen señor. No comparto su opinión: para jóvenes de un país joven como el nuestro, en el cual los viajes son difíciles si no inaccesibles y donde la información no siempre circula de la mejor manera, creo que sí es importante contar con material de calidad para tener una idea lo más fiel posible del aspecto de una obra, se trate de pintura, escultura, objeto, instalación...
Maqueta, diagramación, tipografía
Antiguamente la museografía concebía al arte como una acumulación: las obras se exponían unas sobre otras, en el caso de las pinturas, y unas muy cerca a las otras, en el caso de la escultura; había una estrecha relación entre ellas y los palacios, iglesias o museos donde se exhibían.
Esto cambió con el tiempo, al grado que hoy en día para contemplar una obra de arte en un museo, lo mejor es no tener “visiones parásitas”: otros cuadros demasiado cerca, un marco demasiado aparatoso, mobiliario estorboso… o demasiados visitantes.
De igual manera, la maqueta de un libro de arte ha de ser sobria…o no será. Descarto los libros que tienen una maqueta caótica donde las reproducciones están enmarcadas o engarzadas con signos gráficos parásitos, donde el texto no acompaña sino domina, donde hay “demasiadas cosas”, como en una habitación sobre-amueblada. Me gusta ver la obra en un formato adecuado para mis ojos miopes (es decir, nunca del tamaño de una estampilla postal) y también tener al alcance de la vista la información que necesito de inmediato: autor, título, técnica, formato y también el lugar donde se encuentra la obra. Me gusta también que el cuerpo del texto haga referencia a la obra que estoy viendo no muy lejos de la página en que ésta se encuentra. Es decir, que si leo las peripecias del artista y algo acerca de la obra, me gusta tenerla cerca y no tener que buscar la imágen veinte páginas atrás o adelante, allí donde hablan de ella.
Existen libros de arte especiales para niños o para jóvenes. Tengo algunos, editados por museos estadounidenses, bastante hermosos, que he utilizado mucho a pesar de que mis chavos casi nunca pueden leer en inglés. Pero me gustan la calidad de la reproducción y la elocuencia de la imagen dentro del diagrama, por eso los utilizo intensivamente.
También me gusta que la tipografía sea simple, clara y no juguetona. En el caso de un buen libro de arte informativo, prefiero letras sobrias y legibles más que fantasiosas.
Información veraz y actualizada
Algo importante es el disponer de buenas fichas técnicas acompañando a cada reproducción y asimismo que los textos contengan información veraz en cuanto a la biografía del artista, el lugar donde se encuentra la obra, el movimiento al cual pertenece, a su destino final una vez que el artista desapareció. A veces en los libros de arte no sólo tenemos la información a secas sino también algún comentario crítico del autor, en cuanto a corriente artística, percepción estética, contexto histórico; una interpretación con la que podemos o no estar de acuerdo. Hablo también de información actualizada porque es evidente que hay nuevos descubrimientos en cuanto a ciertas obras de arte y también nuevas formas de mirar; no podemos contentarnos con la manera de interpretar el arte de un autor del siglo diecinueve cuando podemos tener una visión más moderna sobre todo cuando se trata de nuestros primeros descubrimientos.
Claro está que si queremos profundizar, siempre tendremos un amplio abanico de informaciones de este y de otros siglos en cuanto a la misma obra, pero esto viene después y se dirige a un público más especializado. Aquí hablo y recomiendo concretamente de libros que pueden servir a un público como el mío, no necesariamente informado previamente, no necesariamente formado a “saber ver”.
Encuadernación, gramaje, textura
Otro aspecto importante es la encuadernación. Antiguamente los libros de arte y los libros en general eran mucho más caros porque iban encuadernados a mano y eran cosidos por cuadernillos que se pegaban juntos y se unían con pegamento para ser finalmente forrados con tela o con piel. Las ediciones populares iban simplemente pegadas, no destinadas a durar.
Mis primeras experiencias con los “Libros del Rincón” de la SEP* fueron contradictorias; eran libros hechos con muy buen gusto, diseñados maravillosamente… pero encuadernados de manera terrible. Al cabo de dos o tres años de uso, esos libros perdían sus páginas y se deshacían literalmente entre las manos. Una lástima, tanto en los textos literarios como en los libritos de arte o informativos porque son obras que no volvieron a imprimirse y que es difícil o imposible recuperar. Una revista que me encantaba, “Saber ver” (Editorial Televisa), fue casi imposible de utilizar por la deficiente calidad de la encuadernación. Para nuestra fortuna, la encuadernación actual cuenta con pegamentos de mucha mejor calidad, (esto me lo dijo una editora de arte de Guadalajara): los libros de ahora tienen mayor solidez y por lo tanto, mayor duración.
Algo que me gusta igualmente es sentir con los dedos las diferentes texturas del papel. Me gustan los libros de buen papel, por lo general un liso, suave y algo brillante (quizá para que los colores también “brillen”) y de buen gramaje (es decir peso).
Es evidente que no hablaría de estos aspectos tan prosaicos si todos estos libros estuvieran en mi casa y fueran exclusivamente para mí y para mi familia. Quien comparte libros ha de pensar en una utilización más extensa, frecuente e intensa, dado que las colecciones de arte circulan entre mucha gente, y son previstas no sólo para las sesiones de lectura, sino para el préstamo a domicilio.
(continuará... en la siguiente entrega, ¿cómo leerlos?)
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