Nuevas
lecturas de un clásico
Ponti en
México, otra vez.
Lirio GB
“Esta mañana es
ring la hora tuit tuit. Blas, el pollito enmascarado, despierta a
los otros pollitos. Tienen 10 días para preparar la fiesta de Ani
versrio. Ni un día, ni un minuto más.
“Hoy, justamente, es
el primer día. Después, sólo quedarán nueve. Cada mañana, los
pollitos se levantan del mismo modo: saltan lo más lejos posible de
su cama.
“Ani Versario es la
mejor amiga de los pollitos, y cada pollito es el mejor amigo de Ani
Versario. Para su fiesta, le von a construir el más
increíblelicioso de los castillos. Y será una sorpresa.”
Hace ya varios años que
la Sala Perro Azul recibió dos cargamentos casi simultáneos de
libros de Claude Ponti: uno viniendo del propio autor, que tuvo la
gentileza de regalarnos muchos de sus libros en la visita que le hice
en París, en 2006. El otro, en español, de la editorial Corimbo,
de Barcelona, llegado con bombos y platillos por el correo, con
sellos postales fabulosos y pinta de haber recorrido tierra, mar y
cielo para alcanzarnos en la Comunidad de San Isidro, Guanajuato.
Ya en aquél momento
registré las sesiones que hicimos con esos libros, y puse en
evidencia cómo pasaron a formar parte de la vida cotidiana de la
Sala, circulando mucho, siendo comentados y amados, deteriorándose y
reparándose incesantemente. (Ver este blog, Julio 2009)
Como las generaciones
pasan y el público de la Sala ha cambiado con el tiempo, decidí que
ya podía volver a poner en escena uno de mis preferidos de Ponti,
“Blas y el castillo de Ani Versario”. Este libro por desgracia
se perdió en su versión española. Lo presté a cierta familia de
niños descuidados que lo olvidaron bajo la lluvia. El agua, el peor
enemigo de los libros, dio cuenta de él y ahora sólo nos queda la
versión francesa. La traduzco días antes de la lectura.
Me propongo leer Ani
Versario a los niños de 1o y 2o. de la escuela primaria donde
realizo semanalmente la sala de lectura.
Al llegar a la escuela,
me encuentro con que la supervisión escolar está de visita: La
supervisora está trabajando en el escritorio del maestro mientras yo
leo.
Saqué fotocopias de la
máscara (también regalada por Ponti) de Blas, el famoso pollito
protagonista de esta y muchas otras historias. Las repartiré al
final.
La lectura es todo un
éxito pero yo estoy nerviosa porque se prolonga más de lo que había
previsto. Sin embargo, el ritmo trepidante de la historia y todas
las cosas sorprendentes que en ella suceden, les encantan: los
pollitos que duermen amontonados, la loca escritura de las
invitaciones, la elaboración de un castillo-pastel con los
ingredientes más exquisitos, la gallina que pone huevos para todo el
mundo, las minas de chocolate y azúcar, los árboles en los que
crecen desde piñas hasta manzanas...
Este libro es delicioso
en más de un sentido. Y claro, encanta porque los pollitos se
activan desde el amanecer del primer día (de la primera página)
hasta el último día de la fiesta (última página). En cada imagen
se puede observar un montón de detalles divertidos. En cada imagen
aparece Blas, el pollo enmascarado, otro pollito va piloteando una
nave cada vez distinta; otros dos se pasean en un dirigible. El
clímax lo constituye la doble página de la fiesta, en la cual
cientos de personajes de cómic, de libros clásicos y de dibujos
animados aparecen en acción para festejar a la pequeña y tímida
Ani Versario.
Al final de la lectura,
los niños se ponen las máscaras de Blas para una foto.
La supervisora pide
hablar conmigo al terminar y me dice varias cosas que me parecen
extrañas. Uno, me pregunta por qué no hice alguna actividad
posterior a la lectura. Argumento que para mí la lectura de un
libro es una actividad en sí, que no necesita forzosamente estar
acompañada por dibujos, juegos u otras actividades. Dos. Me regaña
porque se notó mi prisa y me dice que realmente pude haberlo hecho
mejor. Si bien acepto críticas como la segunda, la primera me
parece totalmente fuera de lugar, sobre todo porque mi actividad en
la escuela es totalmente gratuita y mi único objetivo es contagiar
mi amor por los libros, las palabras y las imágenes a los niños de
mi comunidad. No pretendo ni enseñarles la lectura rápida, ni
hacerles preguntas de comprensión al final.
Me quedo pensando en cómo
se aborda la lectura desde la escuela: nada que ver con lo que yo
hago. Esta lectura “escolar” revela mucho sobre la insistencia de
los padres y maestros para que el acto de leer sea algo
“institucional”, “formal” y vaya siempre acompañado de
actividades con objetivos “pedagógicos”. Por otro lado, me doy
cuenta de la falta total de confianza que el cuerpo docente
experimenta hacia la literatura. No le conceden ni a la palabra ni a
la imagen la fuerza intrínseca que éstas poseen y que puede
provocar tantos pequeños sismos en el lector, sismos que nos hacen
cambiar de perspectiva, pensar cosas diferentes, aprender a ver (como
en el caso de este libro en el cual la imagen es tan rica y tan llena
de sentidos y de diferentes interpretaciones).
Algo que también me
impresionó fue la total indiferencia de esta persona al hecho de que
este libro nos viene de lejos, que es algo precioso por escaso y que
no todos los niños de todas las escuelas de Guanajuato tienen acceso
a un libro así (ni a un lector para hacérselos descubrir, dicho sea
de paso...)
Me consuela que los
niños, ellos sí que aprecian todo lo anterior y que son capaces de
disfrutar conmigo este momento privilegiado.
Cuando más tarde lo leo
en el kinder, la reacción de los niños y de Marce, su maestra, es
tan cálida y su sorpresa tan grande, que me digo que quizá esta
lectura tenga más peso que cualquier lectura obligada, técnica, que
una lectura para “aprender algo”.
Quizá mi locura venga de
que quiero que los momentos con los libros no sean momentos
cualesquiera: quiero que constituyan instantes únicos de placer, de
ensueño y de imaginación. Y por eso mismo me gusta presentar
libros únicos, libros de lejos, libros de gran calidad, libros
significativos. Y me gusta que los autores estén presentes aunque
se encuentren físicamente a diez mil kilómetros, como nuestro
querido Claude Ponti.
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