mardi 19 janvier 2010

REFLEXIONES SOBRE UN PREMIO DE POESÍA... Y SOBRE LA POESÍA EN GENERAL


Lirio GB
Durante los 15 años que viví en Francia escribí mucho. Para mí. Para no perderme. Para conservar mi idioma y acordarme de quien soy. Nunca escribí en francés (aunque curiosamente ahora empiezo a hacerlo, traduciendo mis artículos, que no mis poemas). Durante esos años publiqué poquísimo, apenas uno o dos poemas en La Jornada y en otras revistas, por medio de algún amigo en México. Aparte de Rimbaud, no leí a muchos poetas. Y sin embargo, la poesía no murió en mí. Estuvo siempre allí, como un centro, como el núcleo ardiente de un planeta, alimentada por la pintura, la danza, la música y la arquitectura que absorbí durante esos años… A mi regreso a México, en el 98, se reanudaron las publicaciones y con ellas, ese diálogo interrumpido entre el trabajo privado y la luz pública. Lo cual me encanta.
Sin embargo, un elemento todavía más importante para un nuevo acercamiento íntimo e intenso a la poesía, fue mi trabajo como coordinadora de un taller de lectura en un centro de detención para adolescentes. Al buscar desesperadamente obras que pudiesen interesar a esos chicos, me acerqué a nuestros grandes autores para a mi vez, acercarlos a ellos. Autores que no leía desde mi adolescencia salieron de nuevo al ruedo, ahora para enfrentarlos a jóvenes que poco o nada habían leído. Y fue allí donde me di cuenta de que no sólo había una gratificación enorme en ver a mis alumnos interesarse en Sor Juana, en Quevedo, en Octavio Paz, en García Lorca, sino también la afirmación de que “la inútil poesía” esta viva y es necesaria. Los momentos vividos en ese taller (y recientemente en lecturas poéticas con niños de la primaria de mi comunidad) confirmaron en mi convicción de ser poeta.

Seguir escribiendo. ¿para qué? ¿para quién? Es una botella tirada al mar… Michèle Petit me envió un texto sobre un taller en Bahía Blanca, Argentina, en el cual Mirta Colangelo, la coordinadora, hacía leer y escribir poesía a niños en situación de gran pobreza, y también les animaba a realizar actos poéticos, al estilo de los surrealistas. Uno de ellos fue el tirar botellas al mar. Pues bien, algunas de esas botellas fueron encontradas por personas que vivían a ochenta o cien kilómetros de allí, y que tomaron contacto con los niños y se reunieron a comer con ellos. ¿No es una historia maravillosa que simboliza bien lo que es la poesía?

Un recuerdo vívido y conmovedor: la palabra de Efraín Huerta, de Nicolás Guillén, de José Gorostiza llegando a un chico del centro de detención al que habían atiborrado de calmantes y que se encontraba en un estado de casi sonambulismo… su reacción a mi lectura, su mirada, por la cual yo supe que él sabía … Experiencias como esta no pueden sino animarme a seguir escribiendo, a pensar que lo que escribo llegue a alguien, le de ideas, le haga reír y lo conmueva, le abra puertas o en su defecto, “deje abierto un tragaluz por donde combaten los ángeles”, según la acertada expresión de Luisa Futoranski.
Por todo lo anterior, haber ganado el Premio Nicolás Guillén me honra, me motiva y me hace recorrer esa geografía compleja que abarca los países de Centroamérica y del Caribe. Me hace soñar y me hermana con todos esos poetas que como yo, siguen produciendo y combatiendo, aún en condiciones adversas.
Quise compartir esto con todos Ustedes.

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