lundi 14 septembre 2009

750 LIBROS





No es la primera vez. Ya en el pasado Eduardo Langagne, director de la Fundación para las Letras Mexicanas, me había mandado libros para la biblioteca del Tutelar (Centro de Detención para Adolescentes). Pero ahora fue una locura. Empezando por recogerlos en la Central de Autobuses y sacar las siete gigantescas cajas, meterlas en mi VW y llevarlas a la casa, donde clasificamos el material y decidimos cuáles libros se iban al Tutelar, cuáles se quedaban en mi Sala de Lectura, cuáles podrían ser útiles en otros lugares, como la Facultad de Letras o la Biblioteca Central Estatal...

Porque con esos libros no sólo recibimos libros. El mensaje que me llega con ellos es el de la buena voluntad, la generosidad, la bondad y la inteligencia de su donador. 750 volúmenes: poesía y narrativa en su mayoría aunque también arte mexicano, ensayo, crítica, y hasta alguno que otro de costura o de canciones. Muchos vienen de la biblioteca personal de Eduardo, otros de la Fundación. Ante la cascada de libros, no pude, como ven, resistir las ganas de ponerme el traje de baño y echarme un clavado en ellos. Pero no sólo eso. Suscitaron muchas cosas mientras los clasificábamos durante el fin de semana.

Empezando por la codicia. Ni Jean-Pierre (mi esposo) ni yo somos codiciosos con el dinero o los bienes materiales. Ni siquiera somos codos con nuestros sentimientos. Pero descubrimos una forma de avidez y de codicia al tratarse de libros. Tuvimos ambos, ganas de atesorarlos, de guardarlos, de quedarnos con ellos. Desde luego, algunos se quedan aquí, en el acervo de la Sala de Lectura. Pero muchos se tienen que ir. Aprender a dejar ir. Supongo que para Eduardo fue lo mismo: deshacerse de tantos libros, muchos de ellos dedicados, y dejarlos ir para que inicien una nueva vida.

Y a propósito, pensamos también en las dedicatorias: ¿quién dijo que una dedicatoria nos obliga a guardar un libro por toda la eternidad? ¿Quién dijo que esa inscripción será su epitafio en la tumba de nuestra biblioteca? Seguirán circulando, pasando por muchas manos y sus dedicatorias serán cartas abiertas a todo el que quiera leerlas.

Otra cosa que este acervo despertó, fue el pensar en la abundancia de poetas y narradores de México. ¿Somos tantos? ¿Servimos de algo? ¿Nuestra presencia será útil para contrarrestar (ya que no detener) la barbarie? En todo caso, es alentador el descubrir que hay tanta gente que no vive sólo para comer, dormir y consumir. Que hay personas que piensan que la palabra tiene su lugar en esta vida y que su labor será a la larga reconocida y asimilada por la gente. Se puede tener esperanza.

Y claro, es alentador también ver que tanta creación corresponde a tanta edición. Los editores. A pesar de que una amiga escritora decía que “el mejor de ellos, colgado”, podríamos calificar su labor de maravillosa, sobre todo en las condiciones adversas de la economía mexicana.

750 libros. 7 cajas que ahora se repartirán en tres acervos. ¿Quién leerá qué? ¿En qué momento? ¿Servirán para sacar a alguien de la desesperación? ¿Para despertar sentimientos? ¿Para avivarle la chispa vital a alguien que se marchita?

Sólo por esto, el generoso donador merece el cielo (pero el cielo en la tierra, es decir, lo mejor que le pueda pasar aquí abajo…). ¡Mil gracias, Eduardo!.


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