mardi 3 mai 2011

Reflexiones sobre la Biblioteca Escolar

Se hablará de La luna...


por Claudia Gabriela Nájera 

En México tenemos cada vez más casos de suicidios infantiles y juveniles. Me parece que en Chihuahua el índice es alto y me parece también que aumenta cada día el número de pequeños seres que no tienen una vida digna, que no tienen quién los ame ni los proteja, que no viven felices y padecen una enorme soledad física y emocional. No pude evitar acordarme de un alumno de mi escuela, cuando leíamos el poema “La luna” de Jaime Sabines, y en una de las sesiones analizábamos la alusión que hace a los sueños y a nuestro deseo de poder tener control sobre ellos. Recuerdo que esa vez invité a los chicos a que dibujaran aquello que, si pudieran, les gustaría soñar… Entonces él (por respeto, guardaré su nombre en secreto) preguntó espontáneamente “¿puedo dibujar a mi familia muerta?”; yo me quedé de una pieza, dudando de haber escuchado bien y pensando (rogando por dentro) que hubiera planteado mal la pregunta. Le repetí que se trataba de dibujar aquello que a él le gustaría soñar, entonces repitió ya no como pregunta sino como afirmación que entonces quería dibujar a su familia muerta... dibujó una figura humana y una pistola, luego mucho agujeros como de bala y chorritos de sangre.

Comenté el caso tanto con la maestra de este chico como con la maestra de USAER (apoyo escolar) y sabemos que vive una situación familiar sumamente difícil, como el hijo de en medio entre 6 hermanos, violencia intrafamiliar, desempleo, etcétera. ¿Qué hace una como maestra, como bibliotecaria? Un hermano y dos hermanas de este chico son también alumnos de la escuela y presentan situaciones similares. ¿Puede una quedarse con sus “planes de lectura” y nada más? Ya sé que no podremos resolverles la vida por completo porque son situaciones mucho muy complejas pero al menos podemos intentar hacer bien lo que nos toca. Así que ayer... me acordé de este chico y las dificultades que enfrenta en su realidad; sé que hay muchos otros niños y niñas con situaciones difíciles, la violencia no sólo está en las calles sino también en los hogares… el abandono y el desamor no sólo sucede en la televisión sino cada vez con más fuerza en las familias.

Si recuerdan, estuve pasando por días oscuros y difíciles, entre esas dificultades estaba la duda de continuar o no como bibliotecaria escolar (sí, lo confieso, a veces también entran dudas de este tipo) y al recordar a mi alumno entendí que no puedo hacer mucho, pero lo poco que puedo hacer es mejor que hacer nada. Y lo poco que puedo hacer es seguirles ofreciendo a mis queridos niños y niñas la opción de la lectura, la opción de la literatura, la opción de la cultura, la opción de la palabra hablada y escrita, la opción de ese pequeño territorio que es la biblioteca donde las reglas sirven para la convivencia y la confianza hacia el otro nos permite prestarnos los libros. Hacerles saber a mis alumnos que si me tomo la molestia de tomarles la fotografía y hacerles su credencial no es como mero requisito sino porque cada uno de ellos, en lo individual, es importante para la biblioteca y tiene derecho a ella. Ellos importan en la escuela, ellos son importantes para la biblioteca y ellos son importantes para mí.

Quizá esto suene muy melodramático, pero si desde la biblioteca puedo ofrecer opciones a los chicos, vale la pena. Porque desde la biblio le ofrezco tanto a él como a los otros casi 400 alumnos, un espacio tranquilo y neutral (me recordé con dulce nostalgia de los bibliotecarios de Medellín, que decían que la biblioteca es “el espacio franco de paz”) donde cada quien es aceptado y puede convivir con los demás. Desde la biblioteca le ofrezco libros llenos de ciencia y lugares, otros con muchas historias algunas lindas y divertidas, otras tan crudas como su propia vida, pero que le permitirán evadirse o encontrarse, soñar o pensarse, pensar… Desde mi privilegiado lugar como bibliotecaria le regalo historias que le leo en voz alta o le cuento, con el sonido amable de mi voz; le miro a los ojos y le llamo por su nombre (¿recuerdan que el “pájaro del alma” se alegra cuando alguien nos llama por nuestro nombre de manera amable?), también le sonrío y de vez en cuando le regalo con una caricia en su cabeza o una palmada en el hombro. Incluso hay ocasiones en que me atrevo a regalarles un abrazo (ya me dieron ganas de atreverme a los abrazos con mayor frecuencia).

Sé que no puedo resolverlo todo, pero sí puedo ofrecer opciones desde la biblioteca. Si recuerdan, Lilja, la chica de la película “Las Alas de la Vida”, saltó del puente porque “no tenía ganas de vivir, no tenía ganas de seguir luchando, no tenía por qué o por quién seguir viviendo”. Yo quiero que los alumnos de mi escuela sí tengan ganas de vivir, de luchar, de reír, de compartir, que sí se sientan amados y bien recibidos en este mundo cada vez más difícil y oscuro, al menos que se sientan amados y bien recibidos en la biblioteca. Y sobre todo que más allá de tener un “feliz día del niño” sean niños felices la mayoría de sus días. Muchos de ellos, como Leon Werth (el amigo a quien Sain-Exupéry dedicó “El Principito”) pasan hambre y frío, y  verdaderamente necesitan consuelo en estos días difíciles.

No puedo decir si todo se junta o el destino va a acomodando cada cosa en su lugar pero, mi tristeza y desazón ya va pasando, el alba empieza a regalarme claridad… y hace poquitos días compré varios libros (distintas ediciones) de “El patito feo” porque me parece una historia bellísima que nunca les he leído ni contado a mis alumnos y se me antoja hacer varias cosas con ella. Ya les contaré cómo nos va con ese nuevo proyecto.

Claudia Gabriela Nájera Trujillo es bibliotecaria en la escuela primaria Melchor Ocampo, de Chihuahua, Chih.  Ha publicado "...pero no imposible" con Océano, una bitácora sobre su trabajo. En este blog aparece en Noviembre 2009, con su Proyecto Principito, y en agosto 2010, con El Lector quiere saber...

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